sábado, 8 de noviembre de 2014

HERNIAS DISCALES.


El disco intervertebral está compuesto por un centro blando con textura de gel denominado núcleo pulposo, este núcleo está conformado mayormente por agua; y una parte externa en forma de anillos que rodean y protegen al núcleo a la que se le denomina anillo fibroso.  La función de este disco es dar movilidad y flexibilidad a la columna vertebral cumpliendo su función de amortiguar y estabilizar las vértebras.




Cuando el disco está sometido a tensiones por fuerzas que lo comprimen a lo largo del tiempo puede llegar a sufrir una degeneración del anillo fibroso, si esta situación se mantiene las fibras del anillo pueden deformarse y ocasionar una protrusión del núcleo, en el momento en que estas fibras se rompen y parte del núcleo pulposo se sale es cuando hablaremos de hernias discales.

Esta alteración puede provocar en el paciente inestabilidad vertebral, al estar dañado el disco no es capaz de mantener la estabilidad de la columna y provoca dolor por lo que el paciente tiende a evitar el movimiento, lo cual le llevará a atrofia muscular de la zona afectada aumentando el dolor; además de esto también puede producirse afectación neurológica ya que el prolapso del disco puede comprimir la médula espinal o la salida de una raíz nerviosa causando síntomas dolorosos.


El envejecimiento y el deterioro vertebral, actividades con posturas mantenidas en las que la columna se vea sometida a grandes tensiones y una lesión previa de columna son factores de riesgo que aumentan la posibilidad de que se produzca una hernia discal. El deterioro del disco forma parte del proceso de natural de envejecimiento debido a los cambios químicos que se producen, comienza a partir de los 30 o 40 años, esta degeneración no tiene porqué causar dolor ni ser la que provoque que aparezca una hernia. El disco puede ir perdiendo con el tiempo sus características de flexibilidad, elasticidad, la capacidad de retener el agua por lo que no es capaz de amortiguar el movimiento como debería.




El diagnóstico de una hernia debe comenzar con un reconocimiento médico completo en el que se examine la columna vertebral comprobando flexibilidad, rangos de movimiento y las señales que sugieran que la hernia está afectando a una raíz nerviosa o a la médula espinal. Las pruebas de imagen que se pueden realizar para el diagnóstico son la radiografía o la resonancia magnética, pero se ha comprobado que la resonancia no es tan fiable ya que la imagen se puede interpretar de manera distinta por diferentes médicos o por el mismo médico en momentos diferentes.




El primer tratamiento para la hernia discal es un periodo corto de reposo con analgésico, que ira seguido de fisioterapia, la mayoría de los paciente se recupera siguiendo este tratamiento y pueden volver a sus actividades normales, en algunos pacientes el dolor persiste por lo que se necesita un tratamiento adicional que puede incluir inyecciones de esteroides o cirugía (la cirugía nunca debe ser la primera opción de tratamiento).


Hay una gran variedad de técnicas que se pueden seguir en el tratamiento fisioterapéutico de las hernias discales, se puede dividir en pasivas y activas. El tratamiento pasivo sirve para relajar el cuerpo y aliviar el dolor, incluye masaje de tejido profundo, terapia con frío y calor, electroterapia, hidroterapia y tracción. Una vez que el cuerpo sana se empieza con tratamientos activos para fortalecer y prevenir el dolor en el futuro, incluye terapias para estabilizar el centro de gravedad, aumentar la flexibilidad y fortalecer la musculatura. Además de esto, el fisioterapeuta debe enseñar al paciente a mantener un estilo de vida en el que no tenga dolor, a ejercitarse y mantener lo conseguido con la terapia una vez que termina su tratamiento, y recordarle que sino realiza habitualmente los ejercicios para mantener lo ganado durante el tratamiento lo irá perdiendo y puede tener fácilmente una recaída.

La recuperación del paciente cuanto tiene una hernia discal es lenta puede tardar unos meses e incluso un año en reanudar todas sus actividades diarias sin tener ningún dolor o tensionar la espalda. Es posible que personas que se dediquen a actividades en las que deban levantar mucho peso tengan que cambiar sus hábitos e incluso su trabajo, pero con paciencia y siguiendo el tratamiento pueden recuperarse sin tener que someterse a una cirugía.



Ivonne Loaiza Llanos.

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